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martes, 1 de abril de 2014

[BoffSemanal] Cuidar de la Madre Tierra y amar a todos los seres (20140331)

Cuidar de la Madre Tierra y amar a todos los seres

2014-03-31



El amor es la mayor fuerza que existe en el universo, en los seres vivos y en nosotros los humanos. Porque el amor es una fuerza de atracción, de unión y de transformación. Ya el antiguo mito griego lo formulaba con elegancia: «Eros, el dios del amor, se irguió para crear la Tierra. Antes, todo era silencio, vacío e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento». El amor es la expresión más alta de la vida que siempre irradia y pide cuidado, porque sin cuidado languidece, enferma y muere.
Humberto Maturana, chileno, uno de los mayores exponentes de la biología contemporánea, mostró en sus estudios sobre la autopoiesis, es decir, sobre la autoorganización de la materia de la cual resulta la vida, cómo el amor surge desde dentro del proceso evolutivo. En la naturaleza, afirma Maturana, se verifican dos tipos de conexiones (él las llama acoplamientos) de los seres con el medio y entre sí: una necesaria, ligada a la propia subsistencia, y otra espontánea, vinculada a relaciones gratuitas, por afinidades electivas y por puro placer, en el fluir del propio vivir.
Cuando esta última ocurre, incluso en estadios primitivos de la evolución hace miles de millones de años, surge ahí la primera manifestación del amor como fenómeno cósmico y biológico. En la medida en que el universo se inflaciona y se vuelve complejo, esa conexión espontánea y amorosa tiende a incrementarse. A nivel humano, gana fuerza y se vuelve el móvil principal de las acciones humanas.
El amor se orienta siempre por el otro. Significa una aventura abrahámica, la de dejar su propia realidad e ir al encuentro del diferente y establecer una relación de alianza, de amistad y de amor con él.
El límite más desastroso del paradigma occidental tiene que ver con el otro, pues lo ve antes como obstáculo que como oportunidad de encuentro. La estrategia ha sido y sigue siendo esta: incorporarlo o someterlo o eliminarlo como hizo con las culturas de África y de América Latina. Esto se aplica también a la naturaleza. La relación no es de mutua pertenencia y de inclusión sino de explotación y de sometimiento. Negando al otro, se pierde la oportunidad de alianza, de diálogo y de mutuo aprendizaje. En la cultura occidental ha triunfado el paradigma de la identidad, con exclusión de la diferencia. Esto ha generado arrogancia y mucha violencia.
El otro goza de un privilegio: permite surgir el ethos que ama. Fue vivido por el Jesús histórico y por el paleocristianismo antes de constituirse en institución con doctrinas y ritos. La ética cristiana estuvo más influenciada por los maestros griegos que por el sermón de la montaña y la práctica de Jesús. El paleocristianismo, por el contrario, da absoluta centralidad al amor al otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es tan central que quien tiene amor lo tiene todo. Testimonia esta sagrada convicción de que Dios es amor (1 Jn 4,8), que el amor viene de Dios (1 Jn 4,7), y que el amor no morirá jamás (1Cor 13,8). Ese amor incondicional y universal incluye también al enemigo (Lc 6,35). El ethos que ama se expresa en la ley áurea, presente en todas las tradiciones de la humanidad: «ama al prójimo como a ti mismo»; «no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti». El Papa Francisco está rescatando al Jesús histórico: para él es más importante el amor y la misericordia que la doctrina y la disciplina.
Para el cristianismo, Dios mismo se hizo otro por la encarnación. Sin pasar por el otro, sin el otro más otro, que es el hambriento, el pobre, el peregrino y el desnudo, no se puede encontrar a Dios ni alcanzar la plenitud de la vida (Mt 25,31-46). Esta salida de sí hacia el otro a fin de amarlo en sí mismo, amarlo sin retorno, de forma incondicional, funda el ethos más inclusivo posible, el más humanizador que se pueda imaginar. Ese amor es un solo movimiento, va al otro, a todas las cosas y a Dios.
En Occidente fue Francisco de Asís quien mejor expresó esta ética amorosa y cordial. Él unía las dos ecologías, la interior, integrando sus emociones y deseos, y la exterior, hermanándose con todos los seres. Comenta Eloi Leclerc, uno de los mejores pensadores franciscanos de nuestro tiempo, sobreviviente de los campos de exterminio nazi de Buchenwald:
«En vez de hacerse rígido y cerrarse en un soberbio aislamiento, Francisco se dejó despojar de todo, se hizo pequeño. Se situó con gran humildad en medio de las criaturas, próximo y hermano de las más humildes entre ellas. Confraternizó con la propia Tierra, como su humus original, con sus raíces oscuras. Y he aquí que "nuestra hermana y Madre-Tierra" abrió ante sus ojos maravillados el camino de una hermandad sin límites, sin fronteras. Una hermandad que abarcaba a toda la creación. El humilde Francisco se hizo hermano del Sol, de las estrellas, del viento, de las nubes, del agua, del fuego, de todo lo que vive, y hasta de la muerte».
Ese es el resultado de un amor esencial que abraza a todos los seres, vivos e inertes, con cariño, ternura y amor. El ethos que ama funda un nuevo sentido de vivir. Amar al otro, sea el ser humano, sea cada representante de la comunidad de vida, es darle razón de existir. No hay razón para existir. El existir es pura gratuidad. Amar al otro es querer que él exista porque el amor hace al otro importante. «Amar a una persona es decirle: tú no podrás morir jamás» (G. Marcel); "tú debes existir, tú no puedes irte».
Cuando alguien o alguna cosa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Por eso cuando alguien ama, rejuvenece y tiene la sensación de comenzar la vida de nuevo. El amor es fuente de suprema alegría.
Solamente ese ethos que ama está a la altura de los desafíos de la Madre Tierra devastada y amenazada en su futuro. Ese amor nos podrá salvar a todos, porque nos abraza y hace de los distantes, próximos y de los próximos, hermanos y hermanas.


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viernes, 7 de marzo de 2014

La sabiduría china del cuidado: el Feng Shui | LeoBoff20140304

La sabiduría china del cuidado: el Feng Shui

2014-03-04



  Una de las ventajas de la globalización, que es no solo económico-financiera sino también cultural, está en permitirnos recoger valores poco desarrollados en nuestra cultura occidental. En esta ocasión, vamos a hablar del Feng-Shui chino. Literalmente significa viento (feng) y agua (shui). El viento lleva el Qi [se lee chi], la energía universal, y el agua la retiene. Personalizado significa "el maestro de las recetas": el sabio que, a partir de su observación de la naturaleza y de una fina sintonía con el Qi, indicaba el rumbo de los vientos y los flujos de agua y, así, cómo montar bien la vivienda.
Beatriz Bartoly, en su brillante tesis de filosofía en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), de la cual fui orientador, escribe: «el Feng Shui nos remite a una forma de celo cariñoso» –nosotros diríamos cuidadoso y tierno– «con respecto a lo banal de nuestra existencia, que en Occidente ha sido desprestigiado y menospreciado durante mucho tiempo: cuidar las plantas, los animales, arreglar la casa, cuidar de la limpieza, del mantenimiento de los aposentos, preparar los alimentos, adornar lo cotidiano con la prosaica, y al mismo tiempo, majestuosa belleza de la naturaleza. Sin embargo, más que las construcciones y las obras humanas, es su conducta y su acción el objetivo principal de esta filosofía de vida, pues más que los resultados al Feng-Shui le interesa el proceso. Lo valioso está en la acción y no en su efecto, en la conducta y no en la obra».
Como se deduce, la filosofía Feng-Shui se centra más en el sujeto que en el objeto, más en la persona que en el ambiente y la casa en sí. La persona tiene que involucrarse en el proceso, desarrollar la percepción del ambiente, captar los flujos energéticos y los ritmos de la naturaleza. Debe asumir una conducta en armonía con los otros, con el cosmos y con los procesos rítmicos de la naturaleza. Cuando haya creado esa ecología interior, estará capacitada para organizar, con éxito, su ecología exterior.
Más que una ciencia y un arte, el Feng Shui es fundamentalmente una sabiduría, una ética ecológico-cósmica de cómo cuidar de la correcta distribución del Qi en todo nuestro ambiente.
En sus múltiples facetas el Feng Shui representa una síntesis acabada del cuidado en la forma como se organiza el jardín, la casa o el apartamento, con una integración armoniosa de los elementos presentes. Podemos incluso decir que los chinos, como los griegos clásicos, son los incansables buscadores del equilibrio dinámico en todas las cosas. El supremo ideal de la tradición china que encontró en el budismo y en el taoísmo su mejor expresión, representada por Laozi (siglo VI-V a.C.) y por Zhuangzi (siglo V-IV a.C.), consiste en procurar la unidad mediante un proceso de integración de las diferencias, especialmente de las conocidas polaridades yin/yang, masculino/femenino, espacio/tiempo, celestial/terrenal entre otras. El Tao representa esa integración, la realidad inefable con la cual busca unirse la persona.
Tao significa camino y método, pero también la Energía misteriosa y secreta que produce todos los caminos y proyecta todos los métodos. Es inexpresable en palabras, ante ella solo cabe el respetuoso silencio. Subyace en la polaridad del yin y del yang y se manifiesta a través de ellos. El ideal humano es llegar a una unión tan profunda con el Tao que se produzca el satori, la iluminación. Para los taoístas el bien supremo no se da más allá de la muerte como para los cristianos, sino ya en el tiempo y en la historia, mediante una experiencia de no-dualidad y de integración en el Tao. Al morir la persona se sumerge en el Tao y se unifica con él.
Para alcanzar esta unión, es imprescindible la sintonía con la energía vital que atraviesa el cielo y la tierra, llamada Qi. Qi es intraducible, pero equivale a la ruah de los judíos, al pneuma de los griegos, al spiritus de los latinos, al axé de los yoruba/nagô, al vacío cuántico de los cosmólogos: expresiones que designan la Energía suprema y cósmica que subyace y sustenta a todos los seres.
Por la fuerza del Qi todas las cosas se transforman (véase el I Ching, el Libro de los Cambios) y se mantienen permanentemente en proceso. Fluye en el ser humano a través de los meridianos de la acupuntura. Circula en la Tierra por las venas telúricas subterráneas, compuestas por campos electromagnéticos distribuidos a lo largo de los meridianos de ecopuntura que entrecruzan la superficie terrestre. Cuando el Qi se expande significa vida, cuando se retrae, muerte. Cuando adquiere peso, se presenta como materia, cuando se torna sutil, como espíritu. La naturaleza es la combinación sabia de los distintos estados del Qi, desde los más pesados hasta los más ligeros.
Cuando el Qi emerge en un determinado lugar, surge un paisaje armonioso con brisas suaves y aguas cristalinas, montañas sinuosas y valles verdeantes. Es una invitación al ser humano para instalar allí su morada o encontrar un apartamento en el cual se sienta "en casa".
La visión china del mundo privilegia el espacio, a diferencia de Occidente que privilegia el tiempo. El espacio para el taoísmo es el lugar de encuentro, de convivencia, de las interacciones de todos con todos, pues todos somos portadores de la energía Qi que empapa el espacio. La suprema expresión del espacio se realiza en la casa, en el jardín, en el apartamento bien cuidado.
Si el ser humano quiere ser feliz debe desarrollar la topofilia, amor al lugar donde vive y donde construye su casa y su jardín o donde monta su apartamento. El Feng Shui es el arte y la técnica de construir bien la casa, el jardín, y decorar el apartamento con sentido de armonía y belleza. Frente al desmantelamiento del cuidado y a la grave crisis ecológica actual, la milenaria sabiduría del Feng Shui nos ayuda a rehacer la alianza de simpatía y de amor con la naturaleza. Esa conducta reconstruye la morada humana (que los griegos llamaban ethos), asentada sobre el cuidado y sus múltiples resonancias como la ternura, la caricia y la cordialidad.



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