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martes, 21 de abril de 2020

Coronavirus: Un mundo con ansiedad, miedo y estrés | Sociedad | EL PAÍS

El encierro, el duelo y la crisis económica doblarán el número de personas con problemas psicológicos, según la OMS

Una familiar de un fallecido por coronavirus asiste a su entierro en Barcelona, el sábado 18 de abril.Emilio Morenatti / AP


Madrid - 20 ABR 2020

Si se pudieran auscultar las emociones, todos los fonendoscopios del planeta escucharían dos: miedo e incertidumbre. La amenaza hasta ahora circunscrita a fechas funestas (11-S, 11-M) o localizada en países casi siempre lejanos, casi siempre pobres, ha tomado, con su avance invisible y letal —160.766 muertos hasta el 19 de abril— una dimensión planetaria, desconocida en el último siglo. La nueva peste ha irrumpido en el centro de la próspera Europa y de la superpotencia americana con una virulencia y celeridad de la que nadie, así se encuentre confinado en un lujoso ático o en una humilde vivienda, puede considerarse a salvo. Y esa súbita falta de certeza, ese temor, solo es el comienzo de otra crisis sanitaria que se cebará en nuestras cabezas, aseguran varios especialistas en salud mental, algunos con amplia experiencia en catástrofes y guerras.
El epidemiólogo e investigador de los efectos mentales de las grandes emergencias Sandro Galea, decano de la Escuela de Salud Pública de Boston, afirma: “Esta crisis es un acontecimiento traumático masivo sin precedentes, mayor que ningún otro por su dimensión geográfica”. La sacudida se ve magnificada en los que enferman (más de dos millones solo con las cifras oficiales), en las familias golpeadas por las muertes y en quienes ya se encuentran con los bolsillos vacíos. “Habrá una avalancha de trastornos del ánimo y de ansiedad en los próximos meses y años en todo el mundo”, pronostica este experto, “eso incluye depresión, ansiedad, estrés postraumático, mayor consumo de alcohol y violencia machista. Todo ello tendrá grandes consecuencias económicas y sociales”. La OMS estima que una de cada cinco personas padecerá una afectación mental, el doble que en circunstancias normales.
El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. En vídeo, sus recomendaciones para mantener la salud mental durante el confinamiento. (Foto: AFP | Vídeo: Reuters)
¿Qué va a pasar? ¿Me contagiaré? ¿Tendré trabajo? ¿Cómo estará mi madre? ¿La volveré a ver? La psicóloga Sara Liébana escucha constantemente preguntas como estas, repetidas por comunicantes insomnes, en el teléfono que ofrece el Ministerio de Sanidad. “Es lo más extraordinario que hemos vivido”, exclama esta profesional experimentada en la atención a víctimas del terrorismo, “no solo porque ocurre a nivel mundial, sino por esa masiva sensación de incertidumbre, en todo, la salud, el trabajo, los estudios, las becas, vivimos en ese estrés, esa ansiedad… Ahora somos una sociedad que se hace preguntas”. Su colega psiquiatra Carmen Moreno, del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, insiste: “No termina y no sabemos cuándo va a terminar. Se dan recomendaciones que cambian de un día para otro, eso genera incertidumbre y desprotección, golpea a todo el mundo por igual, es algo impredecible. Y el ser humano necesita predictibilidad”.
Esa sociedad que se hace preguntas, la sociedad de quienes temen y quienes se duelen (los enfermos y los deudos de los muertos) lleva más de un mes encerrada. Y eso no está libre de efectos secundarios. “Me paso el día diciéndole a la gente que no se ha vuelto loca”, asegura el psicólogo Fernando Egea, “que la irritabilidad, los cambios de ánimo y el insomnio son reacciones normales”. Así lo avala una revisión reciente de The Lancet. Estamos con el ánimo bajo (a un 73% le pasa, según uno de los estudios) e irritables (57%). La cuarentena provoca confusión, ira y síntomas de estrés postraumático (esas pesadillas y flashbacks que reviven la experiencia dolorosa, acompañadas de hipervigilancia y anestesia emocional), según la mayoría de investigaciones. “Las circunstancias más estresantes”, señalan los autores, “son el confinamiento prolongado, el miedo a infectarse, la frustración, el aburrimiento, la falta de alimentos o productos básicos, una información inadecuada, pérdidas económicas y estigma”. El aislamiento también ha cambiado el paradigma doméstico. “Nos plegamos en torno a la familia, como en una especie de vuelta a las cavernas, restableciendo vínculos y volviendo a una forma muy básica de relación para protegernos de esta guerra rara”, reflexiona el psiquiatra Enrique García Bernardo, “en la que muere mucha gente, vivimos en la incertidumbre, adaptándonos, con la paradoja de que se vuelven a oír los pájaros mientras muere tanta gente, conteniendo el aliento para que no nos pille”.
La brutal irrupción de la crisis ha causado algo que al psiquiatra Alberto Fernández Liria le sorprendió, por su potencial dañino, cuando trabajaba como enviado de varias ONG en escenarios bélicos: “Los mayores estragos no se deben al combate, sino a la destrucción masiva de la vida cotidiana. En un mundo en el que te defines por tu ocupación, tu papel queda en suspenso, hay una desorientación de la que puede salir cualquier cosa. Se necesita encontrar culpables, distinguir entre los buenos y los malos, como en las guerras”.
En esta misma crisis de la covid-19, pero en China, que fue el primer país afectado, un tercio de la población sufría ansiedad de moderada a severa, según un estudio. Otro veterano en emergencias, el psiquiatra Ricardo Angora, coordinador de Salud Mental de Médicos del Mundo, cree que no tenemos experiencia en situaciones en que todos estamos amenazados. “No había sucedido nunca, al menos en nuestras generaciones. En África hay cólera, sequías y conflictos bélicos. Están más habituados y tienen un aprendizaje, aquí no lo tenemos. Desde un punto de vista emocional nos ha pillado sin anticuerpos”.
En estos días la enfermedad y la muerte discurren en soledad. “Las evoluciones de los enfermos son muy tórpidas, todo ocurre muy rápido”, dice la psiquiatra Moreno, “o el familiar se da mucha prisa en venir, siempre es uno y tiene que cumplir una serie de condiciones, o no se va a poder despedir”. Cree la especialista que la gestión de la muerte es muy difícil, “no se puede velar y existe una especie de congelación de la emoción. Los duelos complicados y prolongados aumentarán”. La psicóloga Liébana escucha a deudos desconsolados, que a veces ni saben dónde está el cadáver de su padre, “les acompañamos en su dolor, en la impotencia de no poder compartirlo con nadie, les animamos a que contacten con los suyos en llamadas grupales y les decimos que podrán despedirse cuando esto acabe”.
Ahora, y a partir de ahora, son las pérdidas las que emergen en nuestro panorama emocional. “Las depresiones van a tener que ver con las pérdidas, las reales, las de nuestros muertos, y otras de diferente dimensión: la renuncia a un estatus, a una forma de vida por el desempleo o el hundimiento de los autónomos”, sostiene García Bernardo, “desde el sujeto aislado (con pérdida de sueños, expectativas), la familia (pérdida de horizontes), lo social (el empleo)”.
Fernández Liria está de acuerdo: “Va a haber un fenómeno masivo de pérdidas; trabajos, propiedades, referencias, cosas que tienen que ver con la identidad, para mucha gente su identidad laboral, pensemos en el turismo, la actividad fundamental de este país. ¿Qué hará un cocinero, el dueño de un bar? Se tendrán que reinventar, y eso es un proceso muy complicado. Si se acomete apoyándose, de una manera social, puede ser muy constructivo. Dios nos libre de la aparición de movimientos populistas muy descarnados”.
La experiencia previa dice que el impacto económico que se cierne atacará la salud mental. La crisis económica más reciente, de 2009, hizo crecer la depresión (un 18%), la ansiedad (8%) y los trastornos por abuso de alcohol (5%), según un estudio de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS). “La economía se puede recuperar, las vidas no. Si se evita que haya repuntes eso hará que se recupere la confianza”, reflexiona Angora.
¿Qué hacer ante ese cúmulo de dolor en supervivientes, profesionales de hospitales, centros de salud y ambulancias, familiares de fallecidos y desempleados? “Educar a la gente para estos desafíos y preparar a los sistemas sanitarios para enfrentarlo”, responde Galea. “Hay un riesgo de inatención”, cree Fernández Liria, “y también de psiquiatrización. Pero hay que acercar la atención, porque los que están peor no son capaces de pedir ayuda”. Ahí, coinciden todos, los médicos que nos siguen, los de cabecera, serán fundamentales para detectar esa avalancha de sufrimiento sumergida.

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viernes, 29 de diciembre de 2017

[eml] INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (y III) | Enrique Martínez Lozano (20171217)

Semana 17 de diciembre: INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (y III)

17 de diciembre de 2017 - Enrique Martínez Lozano



SABER VIVIR EN LA INCERTIDUMBRE, EXPERIMENTAR LA CERTEZA (y III)

En el mismo momento en que salimos del engaño de creer que nuestra identidad se reduce a nuestra personalidad y nos descubrimos alineados con la Vida y uno con ella, se abre paso la única certeza a la que tenemos acceso: la certeza de ser, que algunos sabios han expresado en primera persona como "Yo Soy".
          
Se trata de una certeza –no de otro pensamiento o creencia más, como pudiera decir quien no la haya experimentado- que es previa a cualquier pensamiento y autoevidente: no nace de la mente, sino de la vivencia directa. Pero, para experimentarla, se requiere –como dice Vicente Gallego- que "el yo haya presentado su certificado de defunción".
          
Y aquí estalla la paradoja radical: solo vivimos (a lo que realmente somos) cuando morimos (a la idea del yo con la que nos habíamos identificado). La "muerte" del yo es el requisito para descubrir que somos Vida. Y, una vez descubierto, se acaban las angustias asociadas al yo y los cuestionamientos irresolubles para la mente. Se nos hace manifiesto, entonces, que la certeza no es "algo" que debamos encontrar fuera, ni que la seguridad o la confianza sean fruto de alguna otra cosa que deberíamos hallar previamente. En la visión no-dual, una vez caída la creencia errónea que nos hacía vernos como separados de lo Real, reconocemos que somos certeza, seguridad y confianza. Todo es uno con lo que es.

¿Dónde quedan ahora las angustias del yo? Indudablemente, pueden seguir ocupando su espacio en el nivel aparente –relativo o de las formas-, porque somos seres sintientes y, en el nivel sensible, todo seguirá afectándonos. Pero todo ello podrá ser acogido desde aquel otro nivel profundo donde, sencillamente, somos. Ahí se experimenta la verdad profunda que encierran las palabras de Pema Chödrön: "Tú eres el cielo, todo lo demás es el clima".

Me gustaría terminar con una imagen a la que suele recurrir Fidel Delgado para ayudar a superar la identificación con el yo: se trata de un globo lleno de aire. Aparentemente, el globo es una entidad separada del resto e incluso parece existir por sí mismo. La realidad, sin embargo, es que se trata solo de una "forma" que está siendo sostenida por el aire, que no es diferente en absoluto del que se halla fuera del globo. Mientras se vea como globo se sentirá forzosamente amenazado y pondrá en marcha toda una serie de mecanismos para tratar de asegurarse. Sin embargo, en cuanto se reconozca en su verdadera identidad de aire, todos los miedos habrán caído. El globo explotará antes o después, pero el aire se halla siempre a salvo.

Reducidos al yo, creyéndonos desgajados de la Vida, trataremos de sortear en vano el miedo y la tensión; veremos peligro en todo lo que nos rodea; pondremos en marcha funcionamientos y mecanismos defensivos de todo tipo con los que protegernos de lo que nos aparece como amenaza… Todo será inútil: no hay "globo" que resista el paso del tiempo ni las circunstancias que le puedan ocurrir.

La única salida viene de la mano de la comprensión: no somos el globo, sino el aire que le da forma. Somos la Vida una y todo lo que nos ocurre no son sino "disfraces" que ella adopta. Más aún: solo hay Vida en diferentes e infinitas formas. La compresión –la sabiduría- nos ha conducido de las creencias a la Verdad, de la incertidumbre a la Certeza.

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[eml] INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (II) | Enrique Martínez Lozano

Semana 10 de diciembre: INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (II)

10 de diciembre de 2017 - Enrique Martínez Lozano



SABER VIVIR EN LA INCERTIDUMBRE, EXPERIMENTAR LA CERTEZA (II)

¿Y cuál es la verdad? En un primer nivel, es claro que nuestra mente no puede alcanzar la verdad, ya que aquella es solo de una herramienta que nos permite manejarnos en el mundo de los objetos (físicos, mentales o emocionales), pero que es radicalmente incapaz de ver más allá de ellos.
          
Aceptar lo que aparece en ese nivel implica reconciliarse con la incertidumbre. Y en esto, el testimonio de Sara es admirable e incluso paradigmático: ese es el motivo, en mi opinión, de que resuene como verdadero. Tras años de haberse vivido identificada con creencias que parecían sostenerla, encuentra el coraje de reconocer que ninguna de ellas le han ofrecido lo que prometían, sino que, por el contrario, la han alejado de la verdad, de la libertad, del gozo…, de la vida.
          
Este paso se me antoja decisivo: las creencias son solo objetos o construcciones mentales que se mantienen gracias únicamente a la fe que el sujeto les presta. Basta que la persona retire su fe, para que la creencia –por fuerte que hubiere sido- se diluya por completo, tal como se expresa magníficamente en el texto de Sara.
          
Asumir tal evidencia requiere coraje y conduce a la persona a una situación de no-saber que, sin embargo, ha caracterizado desde siempre a los sabios. Desde el dicho socrático –"Solo sé que no sé nada"– hasta los místicos cristianos que invitaban a entrar en la "nube del no-saber" o a amar la "docta ignorancia", los sabios animan a saber descansar en la incertidumbre. También en algunas corrientes del budismo zen se anima permanecer en "la mente que no sabe" –mente "no sé"-, a partir de la comprensión de que no necesitamos conocer todas las respuestas (mentales) para descansar en la certeza (de ser).
          
En realidad, la mente sabe muy poco: ni siquiera sabemos lo que ocurrirá a continuación. Los sabios invitan a descansar en la "mente que no sabe" hasta sentirnos cómodos en ella y, paradójicamente, experimentar que esa actitud es fuente y condición de sabiduría. Porque lo que se produce ahí es un cambio de nivel de consciencia: "bajamos" del pensamiento (mente que razona) a la atención. El hecho de estar atentos nos conduce a un fondo de donde surge una respuesta nueva, fresca, mientras que aquella que nace de la reflexión viene del pasado, está hecha de memoria. La atención nos sitúa en un estado de consciencia –la presencia- que nos pone en contacto con la sabiduría.
          
Eso es lo que repiten los sabios. Lo que es incertidumbre para la mente e inseguridad para el yo, se vuelve claridad luminosa cuando, acallando la mente –eso es lo que significa entrar en "la nube del no saber" o en "la mente no sé"-, se nos regala reconocer nuestra verdadera identidad, aquella que compartimos con todo lo que es.

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[eml] INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (I) | Enrique Martínez Lozano

Semana 3 de diciembre: INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (I)

3 de Diciembre de 2017 - Enrique Martínez Lozano


SABER VIVIR EN LA INCERTIDUMBRE, EXPERIMENTAR LA CERTEZA (I)

Hace ya un tiempo, publiqué en esta página el testimonio de Sara, en dos partes (pueden leerse aquí: Primera Parte y Segunda Parte), en el que nos compartía su proceso vital, como un "desaprendizaje" constante, un dejar caer todo tipo de creencias a las que previamente se había aferrado. Ese testimonio provocó diferentes reacciones en los lectores. La mayor parte elogiaban su capacidad de verdad y su coraje. Otros muchos decían sentirse reflejados en la vivencia e incluso en la trayectoria (religiosa) que ella compartía. Algunos no se reconocían capaces, por el momento, de llegar a esa "desnudez" total de ideas y de creencias. Y otros, finalmente, me preguntaban acerca de mi propio posicionamiento.
          
Ante escritos como el de Sara, mi actitud es de profunda y emocionada admiración, unida a una gratitud reverente y a un cuestionamiento acerca de mi propia verdad –de la verdad o no con la que me vivo-.
          
Pero las reacciones que me llegaron hacían hincapié, sobre todo, en lo relativo a las creencias y al abandono de las mismas, con todo lo que ello les suponía de atreverse a vivir en la incertidumbre o permanecer al abrigo de creencias que les otorgaban una sensación de seguridad y de confianza.
          
Sin duda, el ser humano no puede renunciar a la seguridad sin sentir que el suelo se hunde bajo sus pies. Pero ahí mismo empiezan a hacerse presentes las paradojas. Porque mientras permanecemos reducidos a la mente –identificados con el yo-, la seguridad resulta imposible: visto desde un lado, la mente se pierde ante la magnitud de lo Real; y visto desde el otro, el yo no podrá nunca alcanzar la seguridad, porque él mismo es ficción.
          
Con esa perspectiva, una actitud habitual es la de aferrarse a determinadas "creencias" que, mientras no se cuestionan o no se ven zarandeadas, aparecen como un "refugio" que ofrece una sensación de seguridad y de confianza.
          
Sin embargo –como resultado de diferentes factores, en gran parte relacionados con el momento cultural que nos ha tocado vivir-, cada vez son más las personas que sienten cómo van cayendo sus "creencias", quedando a la intemperie. Saben lo que no les sirve ya, pero no saben dónde poder aferrarse en la nueva situación.
          
Y aquí las reacciones son diferentes: desde la resignación escéptica hasta el nihilismo cínico; desde la búsqueda de compensaciones con que calmar la inseguridad hasta el fundamentalismo fanático y la represión de cualquier tipo de cuestionamiento…
          
Tal como yo lo veo, la actitud "coherente" es la que pasa por el reconocimiento humilde o aceptación de la verdad de lo que se vive. Porque solo ese reconocimiento permite el crecimiento y garantiza la libertad: "La verdad os hará libres", enseñaba el Maestro de Nazaret.

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